Los celos y el sexo

3 de diciembre de 2009.- Mercedes Milá dijo en su día que Gran Hermano es un experimento sociológico. Ya, igual se le fue la mano, sin embargo es disculpable. Todos los que trabajamos en este negocio en ocasiones nos sentimos obligados a justificarnos. Claro, no tienes la conciencia muy tranquila y te tiras el rollo. A veces cuela. El caso es que, sin ánimo de contradecir a tan excelsa profesional de los platós, a mí Gran Hermano me recuerda poderosamente a un documental de la 2 o de National Geographic. En los últimos días estas imágenes han batido récords de audiencia y no sólo en la televisión. También en internet, puesto que la avalancha de internautas provocó que se bloqueara el servidor de Telecinco. Supongo que a estas alturas quién más quién menos ya habrá visto la secuencia de los hechos: dos hembras de la especie humana peleándose y perdiendo los papeles (una más que la otra, todo sea dicho) por intentar ganarse el amor y el aprecio de un espécimen de macho alfa, que contempla la escena impasible tumbado a la bartola. Hay que decir que el individuo y una de las contrincantes se han pasado medio concurso zumbando por todos los rincones de la casa, con el consiguiente disgusto de la madre de ella (claro). La 'otra' le ponía ojitos al fornicador constantemente y, como era de esperar, se armó la de Dios es Cristo. El combate acabó con el lanzamiento de un vaso de agua, motivo que provocó la expulsión de la agresora.
Mercedes Milá dijo en su día que Gran Hermano es un experimento sociológico. Ya, igual se le fue la mano, sin embargo es disculpable. Todos los que trabajamos en este negocio en ocasiones nos sentimos obligados a justificarnos. Claro, no tienes la conciencia muy tranquila y te tiras el rollo. A veces cuela. El caso es que, sin ánimo de contradecir a tan excelsa profesional de los platós, a mí Gran Hermano me recuerda poderosamente a un documental de la 2 o de National Geographic. En los últimos días estas imágenes han batido récords de audiencia y no sólo en la televisión. También en internet, puesto que la avalancha de internautas provocó que se bloqueara el servidor de Telecinco. Supongo que a estas alturas quién más quién menos ya habrá visto la secuencia de los hechos: dos hembras de la especie humana peleándose y perdiendo los papeles (una más que la otra, todo sea dicho) por intentar ganarse el amor y el aprecio de un espécimen de macho alfa, que contempla la escena impasible tumbado a la bartola. Hay que decir que el individuo y una de las contrincantes se han pasado medio concurso zumbando por todos los rincones de la casa, con el consiguiente disgusto de la madre de ella (claro). La 'otra' le ponía ojitos al fornicador constantemente y, como era de esperar, se armó la de Dios es Cristo. El combate acabó con el lanzamiento de un vaso de agua, motivo que provocó la expulsión de la agresora.
Sí, como podéis ver, y siento romper algún corazón, estoy enganchado. Sin ánimo de perderme en (más) disquisiciones filosóficas sobre el popular 'reality show', el hecho en sí pone de manifiesto cómo actúan los celos y la de tonterías que podemos llegar a hacer para conservar el amor, la estima o la atracción de otra persona. ¿Realmente te puedes llegar a enganchar sexualmente de una persona como para reaccionar de esa manera ante la perspectiva de que te quiten el caramelo de la boca? Pues parece ser que sí. Porque, si yo no lo he entendido mal, estamos hablando de sexo puro y duro, aunque algunos se empeñen en llamarlo amor.
Muchos de nosotros (no me gusta usar el 'todos', pero la cosa debe andar ajustada) hemos sufrido en nuestras carnes situaciones similares. Y no me refiero a montar el pollo en público o agredir a un 'rival' (eso sí, sin decirle absolutamente nada a la persona celada). Estoy hablando de engancharse sexualmente a una persona con la que la convivencia es imposible. Una persona con la que ves que no tienes nada en común, cuyas opiniones o forma de pensar te horripilan, que no te trata como tú crees merecer pero con quien el sexo es fantástico y maravilloso. Una verdadera paradoja. ¿Somos masoquistas por naturaleza? Porque cuando sucede a la inversa, es decir, cuando estás con alguien encantador, le quieres un montón pero el sexo no funciona, lo habitual es cortar por lo sano. ¿Nos va la marcha? ¿Somos así de contradictorios?
Me cuentan mis corresponsales en el mundo de la noche, del cual llevo un tiempo bastante retirado, que en según que locales de ocio y esparcimiento no es extraño contemplar rifirrafes motivados por el clásico "¿por qué miras a mi piba?" o "Isra, mátalo". También me cuentan que hay verdaderas lobas que no se cortan un pelo a la hora de echarle los tejos a algún chico, ante las mismas narices de su pareja, y viceversa. Igual queda un poco presuntuoso, pero en mi pasada etapa televisiva como personaje de pantalla (aunque era serie B) viví algún que otro episodio parecido. Una noche, en concreto, mientras me dirigía a la barra a repostar, una mano anónima introdujo un papelito con un número de teléfono anotado. Otro día os contaré si llamé.
Lo cierto es que algunas personas utilizan los celos para 'dinamizar' su relación de pareja. Vamos, el típico truco consistente en poner celosa a tu pareja, poniéndole ojitos o loando la anatomía de alguien. Se trata de una táctica extremadamente peligrosa y que puede tener consecuencias funestas. ¿Alguno de vosotros lo ha probado?
Via Cama Redonda